A algunas personas las cosas simples pueden traer felicidad, como el sonido de la lluvia, un día soleado o un río. Un río puede ser un lugar hermoso para relajarse y disfrutar del aire libre. Pero para mí las aguas de un río me recuerdan a mi país y a mi familia.
En el río de la ciudad natal de mi padre, mi pequeña niña interna creció. Era un lugar que contenía alegría y paz, y todos nosotros nos reuníamos los fines de semana para disfrutar de la naturaleza y del río.
Aún tengo el vivido recuerdo, cálido como el verano, del agua refrescante y los pequeños peces nadando por mis pies. Aún recuerdo los rayos de luz en mi cara, el hermoso sonido de los pájaros cantando sus canciones. El río era un escape de nuestras preocupaciones, un lugar donde podríamos ser libres de la presión de la sociedad.
Un año antes de moverme de mi país, como un rayo en una tormenta llegó la noticia de que parte del río fue cerrado. La comunidad se alarmó y se dio cuenta que poco a poco, el río se fue secando debido a la actividad de una empresa que empezó a acabar con los recursos naturales. En ese punto nadie tenía el poder económico que esa empresa tenía para hacer decisiones. Como si de un huracán se tratara todo se colapsó.
Las personas poco a poco terminaron sin agua en sus casas. Un día quise darle agua a mi pequeño perro y me encontré con la realidad que ni siquiera había agua para mi misma. Llegó al punto en que el pueblo se declaró en sequía y la alcaldía no hacía nada al respecto.
Caos. Nuestro pequeño pueblo no tenía uno de los elementos más importantes de la vida la cual es el agua.
Todo se derrumbó, los recuerdos felices de mi niñez no estarán nunca más. Llegó 2020 y la decisión de moverme de mi país estaba en mi cabeza, la esperanza de tener mi último recuerdo antes de partir de mi país se estaba desvaneciendo. Después de 3 años de haber dejado mi país aún tengo el deseo de volver con mi familia al lugar que tanto amamos pero solo queda en mis memorias.